La dura vida del estudiante/currante

Nunca fui una estudiante modelo. No sacaba medias de notables o sobresalientes, más bien aprobaba justito y sacaba buenas notas sólo en las asignaturas que me gustaban o que se me daban bien. No me veía estudiando una carrera de 5 años, a pesar de que todos mis años de colegio e instituto iban encaminados hacia la universidad (pertenezco a esa generación a la que nos inculcaron por activa y por pasiva el mantra de «si apruebas tienes que hacer BUP y COU, y si no, es que eres inútil y tienes que irte a FP»). Por eso, cuando acabé el instituto, no veía muy claro aquello de pasar las pruebas de selectividad. Pero mi madre insistió, y ya sabemos que las madres siempre tienen razón. Hija, aunque no vayas a la universidad, al menos haz el examen, que quién sabe si no te será útil algún día…

Y yo aprobé la selectividad con una nota decente. Pero no fui a la universidad, porque la única carrera que me llamaba algo era Historia del Arte, y ya sabemos todos que las carreras de letras son inútiles y si las estudias te mueres de hambre. Por lo que, después de dar tumbos durante un par de años estudiando cursos y módulos que realmente no me gustaban, acabé por ponerme a trabajar. Y yo toda contenta, porque tenía mi independencia económica, planes de futuro y tiempo libre suficiente para disfrutar de la vida.

El problema es que, conforme vas madurando, te das cuenta de que te falta algo. Y ese algo, en mi caso, consistía en sacarme la espinita de no haber ido nunca a la universidad, como la mayoría de mis amigos, y de tener un bagaje cultural algo mayor que el de muchos de los compañeros que he tenido en mis puestos de trabajo a lo largo de estos años. Y sobre todo, el hecho de haber dejado a medias cosas que me interesaban, y que a con el paso del tiempo iban pesando cada vez más.

Así que un día empecé a darle vueltas al tema de matricularme en la universidad. Pensé. ¿qué es lo que me gusta y no se me da mal?. Así que lo primero que me vino a la cabeza fue estudiar algo relacionado con mi actual puesto de trabajo. Pero pronto lo descarté, porque sinceramente, no me veo estudiando Logística y montando una franquicia de transportes. No es lo mío, aunque lleve diez años en el sector y me lo conozca de pe a pa. Quería y necesitaba algo diferente. Así que volví a preguntarme: ¿qué es lo que me gusta y no se me da mal?. Pues los idiomas, el arte, la literatura… Y entonces lo vi claro: estudiaría una carrera relacionada con esas áreas. Como he dicho antes, mi primera opción cuando iba al instituto era la Historia del Arte. Yo estudié lo que entonces se llamaba bachillerato de letras puras (griego, latín, lengua, literatura, historia, arte, filosofía…), ese bachillerato tan denostado y tan odiado por casi todo el mundo, que nos consideraban unos empollones mientras paradójicamente nos acusaban de apuntarnos a esas asignaturas porque eran más fáciles de aprobar. Pero resulta que a mí lo que realmente se me daban bien eran los idiomas. Mi nota media subía exponencialmente gracias a los sobresalientes y notables que siempre sacaba en griego, inglés y latín (excepto en tercero, que en latín con el simpático profesor que tuvimos, suspendía la asignatura), y la nota de literatura tampoco era nada mala, ya que yo soy una de esas personas raras que siempre andan con un libro en la mano y le da de vez en cuando por leerse a Lope de Vega porque sí, sin que nadie me obligue, qué cosas…

Total, que acabé por decidirme y empecé a buscar una carrera que tuviera que ver con los idiomas. Y a ser posible, que tuviera algo que ver con el japonés, idioma que durante esos años que anduve estudiando un sinfín de cosas absurdas estudié en la Escuela Oficial de Idiomas, aprobando incluso con nota dos de los cinco cursos oficiales y que me gustó una barbaridad. La carrera que más se ajustaba a lo que yo quería era el grado en Estudios de Asia y África, que no se puede estudiar online y la ofrecen muy pocas universidades. Además, piden una nota bastante alta para entrar. Con lo cual, acabé por descartarla. O más bien, mi nota de selectividad me descartó a mí…

Mis otras opciones eran los grados en filología. Esas carreras malditas que cuando estudiabas BUP te las presentaban como el coco, el deshecho universitario en el que acababan los estudiantes con notas bajas y pocas aspiraciones de futuro. ¿Pero sabéis qué? Que las filologías no son simples cursos de idiomas que duran cuatro años. Es estudiar lengua, literatura, cultura. Es aprender a pensar. Es adquirir una visión crítica. Y resulta que yo, que me tragué hace veinte años la propaganda contra las carreras de letras, he acabado por matricularme en el grado de Estudios Hispánicos. Lo que viene siendo filología hispánica, probablemente la más despreciada de todas las carreras de filología, esa que sólo escogían los que sacaban un cinco pelado en la selectividad porque no les quedaba más remedio que matricularse en algo. Esa carrera para pedantes y futuros profesores de lengua y literatura. Pues bien, aquí estoy yo, con cuarenta años, a punto de terminar mi primer año en la Autónoma de Madrid, estudiando hispánicas y japonés con chavales que podrían ser mis hijos. Los raritos nos vamos encontrando por ahí…

Ahora bien, esto supone un esfuerzo extra en mi caso. Yo no he dejado de trabajar para poder ponerme a estudiar. Ojalá pudiera, pero no me sale el dinero por las orejas y hasta donde yo sé, no me ha tocado la lotería. Por eso me volví loca buscando carreras online y mi primera opción siempre fue acudir a la UNED. Pero la UNED tiene un grave problema, y es que su oferta es increíblemente limitada, a no ser que quieras estudiar algo relacionado con la psicología o el derecho. Y el resto de estudios universitarios online son todos impartidos por universidades privadas, que fácilmente te pueden cobrar hasta el triple de lo que te cuesta una carrera en una universidad pública, y eso sin contar los másters.. Por lo que cuando descubrí que te podías matricular a tiempo parcial en cualquier universidad, vi el cielo abierto. Afortunadamente, vivo muy cerca de la UAM, así que no me lo pensé dos veces y me matriculé en cinco asignaturas, siendo plenamente consciente de que este grado dura cuatro años (o tres, ya veremos cómo acaba todo el tema de la LOMCE y el 3+2) y yo como poco tardaré ocho en sacarlo. Pero no me preocupa. Yo parto con ventaja respecto a la mayoría de mis compañeros de clase. Ya tengo mi vida resuelta y no dependo de aprobar esta carrera para conseguir un trabajo. Lo estudio porque quiero. Porque quiero hacer algo más en la vida que estar ocho horas metida en una oficina delante de un ordenador. Porque quiero sacarle partido a algo que me gusta y disfrutar aprendiendo. Y porque aunque haya descubierto ahora que el japonés no se me da tan bien como hace veinte años, sigo queriendo esforzarme en aprender cosas nuevas. Y si no apruebo, me plantearé cambiar de idioma y sacarme de una vez un título oficial en inglés, que buena base ya tengo.

Pero aunque en ese sentido juego con ventaja, en todo lo demás soy yo ya que lleva las de perder. Porque incluso matriculada en la mitad de asignaturas, me es imposible asistir a todas las clases por culpa del horario laboral. Y mientras los estudiantes a tiempo completo tienen las tardes libres para estudiar, hacer deberes y asistir a seminarios que te suben nota, yo sólo puedo aprovechar los fines de semana y las noches. Y me pierdo las conferencias, las charlas, las actividades extracurriculares.. Tengo que andar pidiendo  apuntes y preguntando a mis compañeros.

Así que no, la vida del estudiante/currante no es nada fácil. pero con eso ya contaba cuando decidí embarcarme en esta aventura. Sabía que no iba a tenerlas todas conmigo, y es por eso que cada vez que me dan una buena nota en algo, no puedo evitar presumir. Porque sí, porque no es fácil trabajar ocho horas diarias cinco días a la semana, eso cuando no toca pringar un sábado, después de ir a clase a primera hora de la mañana y tener que ponerte a hacer un trabajo a las once de la noche. Y ya no hablemos de los días que sales tarde o tienes que echar horas extras..  Por eso estoy muy orgullosa de mi 9 en literatura española y de mis notas máximas en los trabajos de análisis literario. Por eso tampoco me supone un excesivo trauma haber suspendido gramática y japonés, porque otra vez será y aún tengo opciones de aprobar en junio.

Y aquí estoy yo, la que un día quiso estudiar Historia del Arte porque un catedrático le picó con sus clases en tercero de BUP y con dieciocho años andaba diciendo que jamás estudiaría una filología y menos hispánica, porque era acabar muerta de hambre y una pérdida de tiempo, en la Universidad Autónoma de Madrid, estudiando hispánicas, leyendo en siete meses lo que no había leído en años, y disfrutándolo.

Y desde aquí, un consejo: perseguid vuestros sueños y haced caso a vuestras madres. Mamá siempre tiene razón. Doy fe, como los notarios…

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